Actualizado el domingo, 5 junio, 2016
Uno de los tantos aspectos que me sorprendieron cuando aterricé en Catalunya fue una costumbre que muchos catalanes han adquirido desde bien pequeñitos: frecuentar Andorra. La mayoría de ellos lo hacen o hacemos por sus grandes descuentos, principalmente en aparatos tecnológicos, tabaco, alcohol y combustible.
La verdad es que viviendo el Bilbao, Andorra no es uno de los destinos que rondaban por mi cabecita. Sabía que existía y ya. Cuando visité Andorra por primera vez (hace unos 2 años) flipé. Parecía una niña pequeña en una gran juguetería. Era el primer sitio que visitaba en el que mis grandes vicios estaban a un precio sustancialmente más bajo que en España: accesorios tecnológicos y chocolates variados en grandes formatos. Hoy en día me hace gracia ver a la gente como loca buscando el mejor precio en las tiendas de la Avenida Meritxell o no sabiendo por qué pasillo andar en el Punt de Trobada. Pero ese no el tema de hoy. Andorra tiene mucho más que ofrecer y visitarla habitualmente es lo que hace que cada vez me enamore más y más.
Tras comunicarnos que Alex tenía una semana de vacaciones inesperada, decidimos hacer una escapadita a Andorra. En esta ocasión el plan no fue hacer grandes compras, si no, descubrir un lado que aún desconocía de este pequeño país. Tienda de campaña y mochilas a la espalda nos pusimos rumbo a Andorra para pasar unos días en el camping Xixerella, disfrutar de la gastronomía andorrana, descubrir sus montañas y relajarnos un poquito.
Lo que más me gusta de viajar es perderme, improvisar… cuando vas con esta mentalidad encuentras lugares y personas maravillosas; esta ha sido la esencia de esta escapada. Poco a poco voy dejando atrás mi gran afán de tenerlo todo atado y me dejo llevar por la improvisación.
Allá va un resumen de los lugares que visitamos durante nuestra estancia:
La Massana es una capital parroquial que se encuentra a unos 1230 m de altura y a escasos 5 km de Andorra la Vella. Nosotros nos alojamos en Xixerella, uno de sus seis núcleos urbanos. Esta capital puede presumir de tener la mejor oferta de alojamiento y restauración del país, siendo uno de sus principales atractivos en invierno la estación de Vallnord. El primer día nos llamó la atención uno de los restaurantes que está situado en la carretera d ‘Arinsal que une Andorra la Vella a La Massana. Nos instalamos en el camping y decidimos ir allí a comer.
Borda Raubert de un restaurante tranquilo dentro de una casita rustica. Durante toda la comida pudimos disfrutar de una agradable vista de las montañas gracias a la enorme cristalera del comedor. La carta dispone de un apartado dedicado a los productos de temporada. Nuestra elección fue un surtido de patés, rostit de cordero con boletus, albondigas de ternera caseras y de postre tarta de frutos rojos y crema andorrana, que solo difiere con la catalana en que no lleva la capa de azúcar caramelizado.
Escaldes-Engordany es la segunda parroquia más poblada del Principado de Andorra y su principal atractivo es el balneario de aguas termales llamado Caldea. Tras 4 h a remojo y un masaje, la verdad es que una sale como nueva; el cansancio acumulado desaparece, la piel te queda suave y te sientes con energía para darlo todo. Una experiencia totalmente recomendable.
Sant Julià de Lòria es la primera capital parroquial tras pasar la aduana entre España y Andorra. Decidimos visitarla, ya que el Museo de tabaco alberga la exposición del 125 aniversario de National Geographyc. Tras visitar la expo, pusimos rumbo montaña arriba para disfrutar las fabulosas vistas que ofrece el pueblo de Nagol. La carretera está llena de curvas cerradas pero el paisaje y las casas que hay en el camino son espectaculares, además de la iglesia de Sant Cerní de estilo románico. Un entorno ideal para los amantes del senderismo con senderos señalizados de dificultad media. Siguiendo la misma carretera llegamos hasta Llumeneres para contemplar una hermosa cascada.
Aún tengo muchos lugares en el tintero. Seguiré escribiendo sobre mis próximas visitas a Andorra.
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